Conversación secreta
Ilustración Paz Aymerich
http://www.paz-aymerich.com/
Las luces de mi pequeña ciudad se apagaron, me pregunté que quién lo hizo, pero sabía que en ese momento importaba poco, sólo me quedaban adoquines destartalados por tentar a punta de zapato como respuesta inmediata a mis preguntas y maldiciones. De pronto sentí la noche cerrada, pese al calor y la ausencia de nubes. La sentí silenciosa, pese al eco de las risas del público urbano que contemplaba, con asombro y gran atención, al mimo de Sol que actúaba a altas horas de la madrugada. Todavía su imagen y la risa resonaban en mi memoria. La algarabía popular de fiesta nocturna improvisada en pleno centro de Madrid desaparecía de mi mente según avanzaba de camino a casa.
La calle donde vivo se transformó en una bajada oscura, sin velas. Los tacones, que ya me mataban desde horas antes, inestabilizaban aún más mis pasos, ralenticé mis andares de zancuda inexperta y dejé que mis brazos equilibraran tanta zozobra. Canté para acompañarme Hard times come again no more. Bajaba, bajaba por mi calle con calor y sin luz, los zapatos, recién estrenados, no eran los más adecuados. Me pareció que ser coqueta tributaba en Hacienda y que me había tocado pagar en especie. Al llegar al zaguán de mi portal, miré de nuevo exhalando el aire, aliviada; poco antes de conseguir abrir la puerta a tientas alcé la vista al cielo y para mi sorpresa me sentí gratamente observada.
La osa mayor, tras muchos años de ausencias, esta noche vino a mi encuentro a recordarme dónde está el norte, a iluminar mis miedos de niña grande, a decirme que por muy negro que se vea todo, siempre hay luz al final del túnel. Me quito los zapatos y descalza entro más sabia por la puerta del ascensor, mientras, tarareo bajito Me llaman el negro feliz.
La calle donde vivo se transformó en una bajada oscura, sin velas. Los tacones, que ya me mataban desde horas antes, inestabilizaban aún más mis pasos, ralenticé mis andares de zancuda inexperta y dejé que mis brazos equilibraran tanta zozobra. Canté para acompañarme Hard times come again no more. Bajaba, bajaba por mi calle con calor y sin luz, los zapatos, recién estrenados, no eran los más adecuados. Me pareció que ser coqueta tributaba en Hacienda y que me había tocado pagar en especie. Al llegar al zaguán de mi portal, miré de nuevo exhalando el aire, aliviada; poco antes de conseguir abrir la puerta a tientas alcé la vista al cielo y para mi sorpresa me sentí gratamente observada.
La osa mayor, tras muchos años de ausencias, esta noche vino a mi encuentro a recordarme dónde está el norte, a iluminar mis miedos de niña grande, a decirme que por muy negro que se vea todo, siempre hay luz al final del túnel. Me quito los zapatos y descalza entro más sabia por la puerta del ascensor, mientras, tarareo bajito Me llaman el negro feliz.
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