Esta tarde contiene arde

Me da tanto miedo el fuego. Me quemé con agua hirviendo, pero veo fuego y la huida no se detiene. No se detiene. Me da tanto miedo. Clarice Lispector se durmió con un cigarrillo y su fuego abrazó su cuerpo, no salgo de esa imagen. Recuerdo haber visto el daño fuego de cerca. Recurro a la anestesia mental necesaria para recordar la cara y el pecho quemado de Lola la pintora, que con un disolvente se abrasó en su taller, sin querer. Se dio tanta crema después, cada hora su piel desierta, cubierta de escamas, reclamaba agua. Me da tanto miedo el fuego. Unos niños saltaron por una ventana, su madre los tiró para huir de la lumbre desbocada. Esta letanía de fuegos no acaba. Nos da tanto pánico el fuego.

Una enfermera deja salir unas gotitas de la jeringuilla, da unos golpecitos al tubo y nos manda soplar a mi hermano y a mí. Si soplas, no te dolerá. Soplo las velas de mis tres años y no se apagan, un impulso de rebelión y desdicha me llevan a un nuevo intento, mi primer fracaso. De la frustración arranco un nuevo soplido con puñetazo en el mesa, una vela se apaga. Reconocida la técnica, tenaz, prosigo: soplo, puñetazo, la vela de los dos años desaparece y soplo de nuevo. Tras mi puñetazo de mano pequeña obtengo mi primer éxito, acabo de inventar mi primer ritmo. Celebro triunfante, con sonrisa y con empeño, mis tres años en el mundo. Mi familia en círculo se ríe, les gusto. Soy bruta, existo, ahora tengo tres años, y alguien enciende la luz. Me da tanto el miedo el fuego, aunque sople.

Me acerco a los cuarenta y eres fuego y yo agua hirviendo, soplo y me sigue doliendo. Soplo y doy un puñetazo, y no hay vela que se apague, me quemo. Cierro la ventana y huyo por el portal. Me da tanto miedo el fuego.

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