Vigilantes de la paz

Me despierto y abro mi ventana. Sol duerme bajo telas impermeables. El viento azota a los inestables, el viento zarandea las tiendas indignadas. Hoy es pronto, todavía no ha despuntado el Sol, sin embargo, por las calles ya circulan coches, caminan trabajadoras y trabajadores que caminan con un rumbo fijo. Mientras, algunas tiendas de campaña han echado raíces, pese a la lluvia, pese a la indiferencia, pese a los discursos que hablan de insalubridad pública.

Han nacido nuevas calles, en este campamento entre dos fuentes. Hay huertos urbanos, la calle utopía entronca con la avenidad libertad, y los puestos y las causas se suceden coloridas, la literatura de cartel me impresiona.


Sólo quedan cientos, los salvajes de la coherencia, plantan en sus botas, en su espalda la consigna del no nos moverán, pese al frío de verano, pese a los libros mojados, Sol resiste.

Luego estamos los millones, los que ya no somos mileuristas. De esos protestan miles, se organizan en las calles y en los barrios. Luego estamos los otros cientos, las miradas virtuales, los que aparecemos como viewers, nos transformamos en vigilantes de la paz, pendientes del ustreaming, convivimos con la plaza de la Solución a través de una ventana. Sol se conecta al mundo desde una cámara fija que colecciona minutos de historia. Somos una sopa de ojos atentos al latido de la puerta del Sol. No nos conocemos, no nos vemos, nuestro cuidado se centra en observar la respiración de las tiendas, en contar las casas de palitos y viento de la revolución, distribuidas en una mini-ciudad que re-existe cada día que despierta.


Reconocemos como paz el semáforo para invidentes, el rodar del tráfico, nos sobresaltamos ante el paso abrupto y esporádico de los bomberos, acercamos la nariz ante los llamados de megafonía. Somos vigilantes de la paz pendientes de los ruidos de sirenas en Sol. Si la policía entrara a desalojar, nosotros, los ventaneros y ventaneras del mundo empezaríamos a difundir lo que los medios de comunicación no hacen. La información cae en vasos no comunicantes, no coincide el puzzle. El poder bien establecido, se alia con los medios y algunos comerciantes hablan de pérdidas en la televisión masiva. Pero en Sol, la energía circula, los viandantes circulan, vienen atraídos por un espectáculo histórico que poco a poco se integra en la cotidianidad de Madrid, el lugar de paso donde defienden el final de una crisis que no nos pertenece pero nos afecta.

Varios cientos de personas visitan el campamento en busca de información, reconociendo la energía colectiva, saboreando la sabia bruta, la vitamina c para el espíritu que otorga el poder del pueblo soberano. Muchos otros se dispersan en asambleas en las calles periféricas, los rayos de Sol se extienden como los brazos de un yogui, y la energía de la calle circula por sus lenguas de asfalto. Todo es radial, la expansión de esta nueva sustancia.

Todavía no se sabe si reconocerán las conclusiones de las asambleas, pero ya no tiene sentido el miedo, ya no tiene sentido el para qué, el para qué es un mañana, y ahora estamos siendo, hoy es el cómo hacemos lo que hacemos. Las plazas de los barrios están repletas de practicidad, son espejo de un malestar colectivo, que no se va aunque hayan pasado 3 años y esta resaca post-consumista no se va. Las tarjetas de plástico, las vacaciones de crédito ya se acabaron, ahora nos quedan otros roles: acampar, ser voz en las asambleas, ser vigilantes de la protesta desde la paz... apagar la televisión por mentirosa y salir a la calle. El simulacro en Sol, no existe.


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