La vía muerta despierta

Anoche crucé la línea y me encontré a viejos amigos que se calentaban alrededor de la hoguera, me recibieron con alegría y el pasado se fundió en un mal sueño que apenas ahora recuerdo.

Esta vez cruzar fue como la primera llegada, equilibrando mis pasos con los tacones, que ventajas del tiempo ya no me quedaban grandes. Los collares largos de cuentas rojas, regalos de la hospitalidad Bahíana, me animaban a seguir adelante. Me agarraba a ellos como quien se aferra a su talismán más querido, sin embargo, no mostraba ya ni tan siquiera una pizca de mis miedos. Caminaba segura con mis zapatos rojos de tacón ancho por la línea de acero.

Iba cruzando los railes de mi vida, recuperando el pulso, la dirección. En el bolso llevaba guardado el rumbo envuelto en papel albal para que no se mojara, para que no se me perdiera, para que sonara en las máquinas infrarrojas de la frontera, sabiendo ya que el rumbo no se quita, como quien se despoja de las botas y el cinturón en un aeropuerto, lo siento esta vez ya no. Me operaron de la columna y los sentimientos y ahora tengo que ir siempre con esta bolita de papel albal, ustedes comprenderán que me va la vida en ello. El hombre de la aduana me guiñó un ojo y consintió en que mi rumbo se quedara conmigo al otro lado de la línea.


El caso es que yo ya había soñado a mis pies calzados en altura bambolearse, sin detenerme, sin dudas, sin rozar siquiera las traviesas de la vía férrea. Recordaba el color rojo de mi collar largo de semillas pintadas. Hace años que sentí ese movimiento impreciso de caderas, antes también fui equilibrista con la vida.

Le di la mano al pirata más grande del mundo, le reconocí por su barba de bucanero. Esta vez había recuperado la pierna izquierda, ya no cojeaba, avances de la ciencia supongo. Sus abrazos habían ganado anchura, su pelliza negra de cuero seguía siendo tan protectora como siempre, su botas negras imponentes, esta vez, no me daban miedo. Ya conocía el calor de sus manos, y la profundidad de aquellos ojos color aceituna, ese hombre de aspecto maléfico era mi amigo, me estaba esperando después de tanto tiempo.

Izamos las velas del barco de los sueños: destino a la realidad. Llmámos a toda la tripulación dispuesta a emprender de nuevo viaje, sonreímos a nuestra bandera y desde lo alto del mástil le grité de nuevo al mundo: !la función va a comenzar! Como por encanto o por viento nuevo el escenario volvía a estar bajo mis pies, vi las boquicaras de un público entregado y supe que ya no volvería a dejar jamás mi vocación primera: el teatro.


Comentarios

  1. qué bonito, el malo-bueno que te ha esperado!! Me gusta :)
    Bravo por la fuerza de esos tacones rojos que te acompañan!

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