La llegada de Florence
No me dices hola al entrar, tan sólo miras mi piel negra, mis manos grandes. No imaginas que mi piel es suave, que mi corazón es algodón del Sur, que para que yo entre hoy en este ascensor urbano cientos de cuerpos se juntaron en la noche, cientos de manos trabajaron la tierra, y tres generaciones anteriores a mí migraron del campo, que mi abuela también sabía abrir un grifo, y ahora estás aquí mirándome.
Veo tus ojos europeos cómo escudriñan mi cuerpo de mujer grande por debajo de tus gafas, probablemente eres miope, de ahí tu proximidad e insistencia. Muestro mi sonrisa, y tu corazón, esponja magullada de alquitrán y humo, comprende. Por fin, sonríes y me saludas. Ahora me siento bien en este ascensor de ciudad gris, orgullosa de mis manos grandes y mi piel café, negra y suave.
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