El pequeño animalito que duerme a mi lado no respira, no se le siente. Sufro al lado de su espalda toco su lomo y sin saber cómo, rezo. En un instante mortal y eterno busco sin encontrar un santo, una diosa que me devuelva su nariz de hollín su pulmón de alquitrán. Ajusto mi mano sobre su pecho peludo, de jabalí doméstico, friolento. Toco su pezón izquierdo, de margaritas pulso el interruptor deseando ese ruido carbonatado de exfumador arrepentido. Pulso 1,2,3 1,2,3, aprieto su cuerpo contra el mío para dar calor a este corato salvaje de sangre turbia y sonrisa cereza. Te despiertas y me preguntas por no sé qué ruido mi sonrisa masculla un no sé mientras doy gracias a la vida por traerte de nuevo.