Una tirada de la máquina de lanzar palabras



No me escribes en mayo, y la vida anda muda. 
Me niego a la ceguera.
No me escribes y en el sueño me invaden muertos,
y los dientes se me caen irremediablemente,
y mis muelas, mis dulces muelas, se rompen
y suplico, una y otra vez, 
que el sueño sólo sea sueño,
y que si no me escribes, no me importa,
pero que no caigan,
que las encías y las raíces se queden en mi boca.


Lloro 
por mi muerte, 
por la muerte de mis palabras 
en la lengua,
en tus labios,
en mis manos.
Silencio sin saliva.
Dientes de leche, blanco sin sangre, sin sol,
sin verano, a chorros.

El arco iris en mi boca, en mis ojos de arroz,
en la mañana, en la ventana
en el camino hacia donde va mi corazón
y tu corazón.

No me muerdas en verde, 
desde el embrión no me escribas
¿quién quiere prolongar una espera hacia lo oscuro?
¿quién quiere romper los puentes
y pisar las miosotis de mi mesilla?
¿quién quiere ser querido si no hay
letras para bordear esta herida,
si ya no crujen las sílabas de celulosa
si ya las vacas no nos despiertan desbocadas
en su bajada por la calle?

¿Y quién sueña en mayo con tu muerte
con la mía, con la huida de Galeano?
Yo... Ahora sabes que somos más hermanos
porque, aunque no reciba tus mensajes,
sé que hemos compartido lecturas
y su papagayo 
es nuestro papagayo
verde.





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