Arriba en el árbol
Vivía en la corteza de un árbol, todo iba bien hasta que llegó el otoño-invierno. Cada mañana sacaba primero una pierna y luego la otra, las dejaba colgar desde el agujero hacia el exterior, como había hecho en verano, y lo que meses atrás era un juego, se convertía con el paso de los días en un auténtico calvario. Las botas de agua no permitían sacar tan airosamente las piernas como las sandalias o los pies descalzos. Además, los calcetines de lana se quedaban tiesos, acartonados, no llegaban a cubrir las rodillas, rozando las corvas una y otra vez. Sin embargo, la chica era testarruda , y se negaba a invernar como un vegetal. Podría vivir en la corteza de un árbol, sí, pero se negaba a dormitar todo el invierno hasta que volviera el buen tiempo. Así que no le quedó más remedio que empezar a hacer ejercicios de respiración como calentamiento antes de sacar sus lindas y congeladas piernas del hueco redondo y áspero del árbol, que estóicamente la acogía durante las noches...