Anidar en sofás ajenos
No quieres que lleguen. Rezas a tu manera para que esta casa se adhiera a tu cuerpo pequeño, para que esta madera que ahora barres te pertenezca: una hora más, un día más. Serías más feliz si vinieran mañana o mejor, la semana que viene. Sabes que vuelven, aunque no consigues encontrar la ecuación científica que determine en qué minuto interrumpirán tu canto. ¿Cuál será el movimiento de tus manos cuando lleguen de nuevo con sus maletas? ¿En qué escalón estará tu pie derecho? ¿Qué nota se detendrá por tu garganta cuando los oigas? Entrarán ruidosos por el umbral de la puerta entreabierta, usurparán el territorio, ese lugar que piensan es su casa y que sin embargo, se convierte ahora, en la claridad del día, en tu propia iglesia. Santuario laico, de paz y armonía. Espacio y tiempo se funden en tu propia madeja. Son hilo y ovillo, almohada y pista de baile para tu lastimado ser. Con detenimiento observas las telarañas vencidas por el sol y los días. Las arañas deb...