El elixir de Le Petit Prince
En este planeta de baobabs crecidos he podado las ramas superfluas. Ahora sólo hay puentes que nos llevan a la fuente del inconsciente y al río de la verdad griega. Las hojas verdes, botones de hiedra, trepan los sueños. Las raíces de tierra domestican a los cuidadores. Los relojes despliegan lazos. El ritual se llama distancia y reencuentro. En este planeta vive una única rosa con cuatro espinas, ya está mayor, y sonríe cuando tiene visita. Anoche vino a verla un príncipe que se parecía a aquel otro con el que discutía tanto, éste le contó la historia de un zorro que le mostró el valor de cada uno de sus pétalos. Le acarició tiernamente cada una de sus tres espinas y besó la herida de la que faltaba. Mientras la acariciaba le susurró que en su viaje había aprendido que las palabras ensucian y obstruyen los puentes, que lo esencial reside en el intercambio valiente y dorado de los corazones magullados y puros.