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Mostrando entradas de diciembre, 2014

Revelación del bosque

Los álamos nevados nos confiesan una realidad perceptible tan solo a los observadores del tiempo:  los cuerpos se deshacen. Se deshacen las manos del panadero; se deshace el corazón del bombero; se deshace la cintura de la avispa; se deshace la ilusión de la mujer; se deshacen las botas de goma de las niñas que saltan y gritan sobre los charcos; se deshace la zanahoria del muñeco de nieve.  La vida se deshace como el sombrero que hemos perdido. No recordamos cómo fue, tan solo nos queda la certeza de su ausencia y el cabello al viento sin fieltro ni lana que lo cubra.  A veces, paseamos por la calma de un lago y vemos la nieve cercana de los Pirineos. Observamos cómo el caballo se detiene a nuestro paso, nos acordamos de la boina fucsia de nuestra adolescencia. Los árboles, desde la quietud del sol de invierno, nos confiesan que ya no hay boina, ni muñeco de nieve con nariz de zanahoria, que las botas andan olvidadas sin niñas que bailan sobre el agua, que la ilusión

Luna Rota

Amar  lo invisible  para rozar lo intocable, por el placer de sentir. El tacto de la piel y la página tibia de un libro. Tocar. Reír  las tristezas para caer en la llaga y sobrevivir.  La sonrisa efímera de una verdad relámpago. Vivir. Beber el misterio de todo lo que silenciamos y nos lleva al infierno.  El alcohol que tu boca absorbe y mis ojos destilan. A sorbos... a versos morir. Cantar la despedida con una última copa quebrada frente al grafito encontrado al final de la esquina: No hay mirada que calle lo que estos versos aún ignoran.  Volar.